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Grimanesa Amorós se mueve con América en el Museo de Bellas Artes

Por: Antonio Enrique González Rojas.

Precisamente en un momento en que los gerundios andan campeando por su respeto y su irrespeto en los predios televisivos cubanos más populares, sobreabundantes de “Sonando…” y “Bailando…”, el universo enseguida tiende a establecer el equilibrio dialéctico: desde las zonas de un arte más elaborado y menos populista (que no busca nunca reñirse con lo popular) como las artes visuales, surge un espacio como Moviendo América. Ideado por la curadora, crítica de arte e investigadora cubana Caridad Blanco para desarrollar cada mes, en espacios del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, un programa de proyecciones, conferencias e iniciativas de socialización de la obra del artista invitado a cada sesión.

Según apunta la propia Blanco, este es un proyecto “interesado en gestionar el conocimiento y el intercambio en torno la «imagen en movimiento» en los procesos creativos actuales y, al mismo tiempo, extender el consumo del repertorio de imágenes creado a partir de este medio, más allá de la institución arte.

“En primera instancia estaría una zona perceptiva ligada al Museo Nacional de Bellas Artes, como lugar para mostrar un tipo de paisaje contemporáneo, el dibujo hemisférico de una comunidad cultural: América. Una zona geopolítica audiovisual insuficientemente estudiada desde esta perspectiva, cuyo flujo de imaginarios revela su diversidad, un rico índice temático, así como múltiples formas de expresar el mundo y de articular narraciones.

“El itinerario que sugiere esta aproximación permitirá ampliar las formas de conocer, contrastar y ver la presencia de la imagen en movimiento (creadas a partir de los media y los new media), dentro de las prácticas artísticas actuales, visibilizando al medio audiovisual en la cartografía de un arte que, vinculado a la tecnología, se apropia entre otros, de los recursos expresivos del cine experimental, los procederes de la animación y de múltiples software e interfaces tecnológicas para materializarse”.

Nótese que este uno de los pocos espacios que invita a pensar América como un todo continental, sin desperdiciar ni un tramo, por muy al norte o muy al sur que se localice. Tras siglos de hegemonías y resistencias, de antagonismos intransigentes y asimilaciones culturales inescrupulosas, quizás uno de los senderos más promisorios sea la casi utópica percepción de esta zona del mundo (ni más nueva ni más vieja) como un todo cultural complejísimo, cuyas claves siempre serán heterogéneas más que polarizadas. A tono todo con un momento en que las últimas agonías de la modernidad —o más bien la tardomodernidad— señalan su definitiva ranciedad; y el propio y muy preciado concepto de lo nacional se va al pairo, a favor de una complejidad y transnacional, donde global pasa a ser sinónimo de diversidad dialogante.

Por eso, la primera edición de este espacio fue inaugurada por Grimanesa Amorós, una artista de origen peruano, residente en los Estados Unidos, cuya frenética voluntad trashumante ha nutrido su corpus ideoestético con una miríada de influencias asimiladas de primera mano por el constante viajar a lo largo del globo. Por lo que el movimiento la define, y define sus criaturas de corte escultórico, donde el estatismo comúnmente acreditado a la disciplina sucumbe ante el empleo de la luz y las imágenes en movimiento. Su quehacer videográfico, como el mostrado en Bellas Artes, aparece como segmentos, amén su orgánica autonomía, de estas presentaciones instalativas y también interventivas, según indicó la misma artista.

La complejidad cultural reverbera nítidamente en las tres videocreaciones proyectadas en la sesión inaugural, y luego a las puertas del Edificio de Arte Cubano para dialogar con las rutinas cotidianas de los transeúntes: Between Heaven and Earth (2006), Remolino (2007) y Miranda (2013). La primera estructura un discurso sobre paisajes contrastantemente coexistentes: desde las moles urbanas suburbiales de Nueva York hasta los glaciares del Círculo Polar, ambos inhóspitos, agrestes a sus respectivas maneras. Lo que da al traste —una vez más— con las concepciones civilizatorias de paradigma urbano de la erosionada modernidad, a la vez que la autora repasa la complejidad cósmica del planeta, donde naturaleza pura y naturaleza manipulada extremas matizan la faz del globo.

Ante la imponente presencia del paisaje, el ser humano apenas deviene pincelada, detalle. Se diluye, se desmorona en esta colisión de lo efímero contra lo imperecedero. Hasta que es asimilado cual abono para la germinación de nuevos paisajes existentes en una sucesión de eones, donde el homo sapiens es un escollo breve para el tiempo.

Amorós se acerca al audiovisual y sus recursos desde una curiosidad lúcidamente naif, que no teme revelar el propio proceso de aprendizaje en unas piezas donde los efectos visuales no buscan un pulimento impecable, sino que despliegan los empalmes, las “costuras”, las sobreimpresiones, la crudeza elemental de los efectos digitales. Redundando todo en una crudeza no menos que desafiante, subrayada por bandas sonoras afiladas, de voces paroxísticas y gorgoteos chamánicos.

Las conflictualidades culturales del emigrado protagonizan Remolino, donde la figura humana remonta los planos protagónicos para transmutarse en monstruo, en un engendro desnacionalizado, desculturizado, desarraigado, que termina acometiendo una autofagia simbólica. Implosiona, fruto de la incomunicación que solo le permite ir, mirar, devorar, consumir hacia adentro, a costa de sus esencias, de sus meras entrañas. No existe término para definir a quién se devora a sí mismo, dado lo terrible de la simple idea, por lo que Grimanesa opta por dilucidarlo a fuerza de imagen y sonido, valiéndose de una visualidad grotesca, pantagruélica, estrambótica.

Miranda regresa al paisaje desde una perspectiva mínima, vivencial. Se concentra en la espuma marina, fruto de la colisión alquímica, inconmensurablemente elemental, del océano con el suelo emergido, del agua con la tierra, como reacción de la vida y la evolución. Un primer plano secuencia más contemplativo es sucedido por el resultado magno y trágico de esta mixtura genésica: el ser humano y la conciencia de sí mismo, que ha sido la bifronte clave de su fortuna y fatalidad.

Cual arqueóloga simbólica, la artista profundiza en los secretos esenciales que retienen las arcanas estructuras precolombinas, cuando el diálogo entre la especie y el mundo era más nítido. Evoca los espíritus esenciales sobrevivientes entre las ruinas, representados por un rostro incorpóreo, casi intangible, de constante respiración estertorosa. Pues a la referencia adivinada sobre el rol de esta respiración como aliento de los dioses o de Dios, se une la agonía de estas fuerzas primordiales ante el deterioro de la comunicación entre Creador, Creación y Creado, gran y desbalanceada fuerza trina del mundo.

 

 

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