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Cultura y sociedad

Perro Viejo y la reivindicación del sujeto negro

Merecedora del Premio Casa de las Américas 2005, la novela Perro Viejo, de la escritora cubana Teresa Cárdenas Angulo (Matanzas 1970), constituye una de las obras más importantes dentro del panorama literario nacional y a la vez una de las más desatendidas por la crítica literaria.

Esa obra forma parte de un conjunto significativo de novelas y cuentos que destacan por sus atractivas propuestas desde el tratamiento de “temas difíciles”, definidos por Alga Marina Elizagaray como asuntos poco explorados sobre esas zonas oscuras de la vida: familias disfuncionales, balseros, diferencias sociales y la homosexualidad, entre otros.

También sobresalen por el juego con elementos folklóricos, la representación del universo mágico-religioso de la cultura afrocubana y la figura del negro como protagonista de las historias.

Últimos elementos que hablan del interés de la escritora por reivindicar al negro que implica la validación de una raza a la que ella pertenece.

La novela presenta relaciones transtextuales con lo que podría entenderse como antecedentes literarios y otras piezas de la escritora.

Se pueden citar El Monte, de Lydia Cabrera; Yan el Cimarrón, de Edwigis Barroso, Cartas al Cielo y Tatanene Cimarrón, de Teresa Cárdenas.

En cada una se ven elementos que, en su evolución, han sido determinantes en la construcción del héroe homónimo.

En Perro Viejo se cuenta la historia de un viejo esclavo que, desde su perspectiva, valora constantemente el mundo circundante. A lo largo de la novela se discursa sobre una  de las más grandes heridas de la humanidad: la esclavitud.

Entre los temas abordados se advierten el amor, la vejez, la muerte, la violencia y la libertad del ser humano, intercalados en el tratamiento de la esclavitud, temática central de la que también se desprenden otras problemáticas que les son inherentes como el cimarronaje, la pérdida, búsqueda y reencuentro de la identidad, el miedo al negro, la añoranza por África y el racismo.

La recreación de la vida de los esclavos se realiza a partir de la exposición de su religiosidad, de la presentación de leyendas representativas de su cultura y de elementos que integran su universo mágico-religioso.

También se advierte una afiliación a la tradición representativa del negro en la literatura cubana, a la vez que se muestra la presencia de un sujeto esclavizado en el siglo XXI que rompe con la línea de protagonistas que invadieron la literatura de la década de los 90 del siglo pasado.

Al protagonista lo presentan a partir de experiencias sensoriales, significativas en su construcción y manifiestas desde el inicio.

La primera referencia a Perro Viejo llega de la siguiente manera: “acercó el borde de la jícara y olió. El aroma del café endulzado con miel le entró de lleno, reconfortándolo”[1].

En la caracterización del héroe se nota un interés por reconstruir una identidad, sustentado en el afán de validar la raza negra. Por este motivo en la construcción del personaje se observa un diseño psicológico que lo dota de una fuerte convicción de autoafirmación racial, lo que evidencia en la mayoría de sus pensamientos y acciones.

De ahí que en su hablar se aprecien valores enaltecedores de África y de otros personajes como su madre, Aroni y Ulundi representantes dentro de la obra del orgullo por sus raíces africanas y la identificación con una libertad ajena a su condición social.

De igual manera la novela toca la naturaleza simbólica del palenque El Colibrí que constituye la materialización de ese ideal emancipatorio.

Aunque nadie conoce su ubicación exacta, todos aseguran que existe y quizás resulte razonable albergar esperanzas en el lugar que lleva el nombre de una avecilla, de alas cortas, difícil de apresar y prácticamente indetectable en el monte.

Con la irrupción del personaje de Aisa, una de las pocas niñas a la que se hace referencia directa dentro del relato, el conflicto interno del viejo esclavo se cataliza.

La rebeldía de la niña se vuelve motivo de inspiración para el viejo guardiero. Dos generaciones juntas huyen al monte y dejan atrás la esclavitud y se enfrentan a las consecuencias de la libertad.

Mientras Perro Viejo se aleja del ingenio y se interna en el monte, medita sobre su situación. En esa búsqueda interior se reconoce el cambio de actitud operada en el sujeto: la aceptación de su destino y de la condición impuesta por el blanco, el miedo a lo desconocido, y por último, la conquista de su libertad y reencuentro con su identidad.

En El Monte, paratexto del último capítulo y donde Perro Viejo logra encontrar su identidad, la búsqueda iniciada tiempo atrás llega a su final. Aunque no le devolvió su nombre, le trajo la emancipación espiritual:

“Resoplando contra el polvo, se acordó de su madre. El rostro le llegó de pronto, sin avisar. Supo que era ella por sus ojos. Por la forma de su cara oscura. Por sus senos abundantes, llenos aún de aquel olor que de niño buscaba en otras mujeres sólo para reencontrarla. Sí era ella. Había pasado toda su vida intentando recordarla y únicamente en aquella hora aciaga era que su cara emergía de la nada.

¿Cómo me llamo?-le preguntó a la aparición que colmaba su mente. Y vio sus labios gruesos moverse pero no escuchó ningún sonido”.[2]

Se debe tener en cuenta que la construcción de los personajes dentro de la novela tributa a la idea de reivindicación del negro tan presente en la narrativa de Cárdenas.  Entre las estrategias utilizadas para ese fin podemos identificar la recreación de su pasado esclavista, la representación de su cultura en relación con la naturaleza y la inversión del binomio inferioridad-superioridad establecido por una clase dominante y colonizadora.

Con respecto a la primera estrategia, Cárdenas elige como protagonista de su novela un hombre que ha pasado toda su vida en esclavitud, es decir, que ha experimentado en carne propia los dolores y las diferentes facetas de ese sistema social.

La exposición de problemáticas inherentes a ese período específico de la historia nacional, propicia que, además del héroe homónimo, desfilen por las páginas del relato el esclavo sumiso en contraposición con el esclavo rebelde, la mujer violada, el insubordinado con alma de cimarrón castigado a latigazos, el niño vendido como mercancía, el fugitivo convertido en leyenda, el viejo asesinado por no rendirse, el mayoral déspota y violento con el hombre negro y el señor dueño de la vida de sus esclavos.

Por otra parte, en el capítulo titulado “Árboles, plantas, flores”, a la vez que se reconstruye parte de la identidad de Perro Viejo, deudora de los conocimientos de sus antepasados, se está validando uno de los aspectos más importantes de la cultura africana.

En un diálogo intertextual se alude a un capítulo de El Monte, de Lydia Cabrera y en ambos se van nombrando las plantas y sus funciones curativas para el alma y el cuerpo.

Hay una evocación de los rituales, las creencias religiosas y el folklore que acompaña al negro descendiente u oriundo de África.

En relación con la última estrategia utilizada por Cárdenas para la reivindicación del negro, los personajes dentro de la novela establecen una relación de dependencia, por lo que integran un binomio perfectamente distinguible entre inferioridad y superioridad.

Ese binomio en un primer momento, responde a la concepción de personajes inferiores y superiores que hallan su correspondencia en los términos esclavo y señor de acuerdo con la situación racial.

Pero las definiciones no se sostienen dentro de la obra si atendemos la estrategia que utiliza Teresa Cárdenas en la representación de los personajes.

Se podría hablar de una inversión del binomio: los esclavos-representantes de una condición subalterna reciben un tratamiento más detallado a la hora de ser caracterizados en sus individualidades, mientras que los amos o esclavistas representantes de la supuesta superioridad racial además de constituir una minoría, encarnan antivalores y sabemos de ellos sólo a través de la caracterización realizada por los esclavos.

Desde la perspectiva de Perro Viejo se pone en duda lo que implica el término de superioridad, ya que es sinónimo de violencia, irracionalidad y discriminación.

La reivindicación del negro es un hecho que se advierte en esta novela y en toda la obra de Teresa Cárdenas.

Se puede plantear que la esencia de Perro Viejo se respira en algunos rasgos de otros personajes concebidos por esta escritora en obras como Cartas al Cielo y Tatanene Cimarrón.

Es por eso que la poetisa Georgina Herrera ve en la novela homónima, la culminación de una línea que había comenzado a trazarse desde los títulos referidos.

Muchos de los temas abordados por Cárdenas en sus novelas iniciales, como la dinámica de las relaciones interraciales establecidas entre blancos y negros, tienen su génesis en ese pasado esclavista.

En varias ocasiones Georgina Herrera ha manifestado que la presencia del negro en la obra de Teresa Cárdenas es una manera de respetar la historia de toda la raza negra en Cuba, al tiempo que va calando en elementos folklóricos vistos como parte de la cultura nacional.

Herrera refiere la similitud literaria de Cárdenas con sus contemporáneos y a la vez advierte que lo que la distingue es  la legitimación de un sujeto cercano a ella racialmente.

La exaltación en la novela al sujeto negro y su cultura se debe en parte a la voluntad de convertir en hecho literario lo que significan los descendientes de los africanos para la sociedad y la cultura nacional.

Resulta significativa la validación de este grupo social desde el suceso que marcó su huella en la historia de Cuba, porque como la propia escritora ha planteado “todo parte de la memoria, de lo que fuimos, somos y aún seremos”.

De ahí que se pueda concluir que Perro Viejo además de tener una reconocida factura literaria, evidencia la cristalización de un discurso reivindicativo de sujetos marginados reconstruidos en el siglo XXI.

 

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