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Entre Plaza Paris y Las dos Irenes, un diálogo imposible

Por: Berta Carricarte

La cinematografía brasileña, junto a la de Argentina y México, es una de las más importantes de Latinoamérica. En el 39 Festival estuvo bien representada desde un inicio, pues La película de mi vida (Serton Mello) sirvió para descorrer las cortinas del encuentro anual que reúne en La Habana a cineastas de todas partes del mundo.

Las dos Irenes, con guion y dirección de Fabio Meira, concursó en el apartado Opera Prima. Mientras la coproducción que reúne a Brasil, Portugal y Argentina, Plaza Paris, concursaba en la principal categoría. Su guionista y directora Lúcia Murat, se inició en el cine en los años 80, apostando por los temas sociopolíticos y sobre la mujer. En Brasil, no son pocas las realizadoras que incursionan en el largometraje de ficción, entre las que se encuentran (además de Lúcia Murat), Ana Carolina Teixeira Soares,TizukaYamasaki y Suzana Amaral, esta última muy recordada por su primer largometraje La Hora de la estrella (1987).

La dos Irenes y Plaza Paris son dos películas muy diferentes, a pesar de que, si lo planteáramos de la forma más árida y abstracta posible, diríamos que tienen un tema común:  la identificación entre dos mujeres, entre las que poco a poco, se va produciendo una especie de transferencia sicológica. No obstante, las protagonistas de un filme y otro, viven realidades incomparables. Un diálogo entre estas obras, que tienen dos escenarios geográficos y sociales, diametralmente opuestos en el propio Brasil, sería impensable.

Las dos Irenes comenta la vida de una adolecente de 13 años, que ha descubierto la infidelidad de su padre: tiene una hermana que también se llama Irene, de su misma edad, y cuya personalidad le produce una fuerte atracción. Curiosamente, la jovencita empieza a comportarse con la misma duplicidad que su progenitor, para mantener oculto su vínculo con una hermana más liberal y extrovertida que ella. Sobre esa base, y a partir de que una de las hijas está al tanto de la situación, el filme se regodea en las diferentes circunstancias que ponen en riesgo la estabilidad de las dos familias que ha fundado el padre.

Es una pena que el filme de Fabio Meira, sea tan solo un esbozo superficial de una práctica tan común en nuestras sociedades patriarcales, y no ofrezca una alternativa más original ni desde el punto de vista narrativo, ni desde el punto de vista sociológico. La irrelevancia formal de la cinta, así como su complacencia ética, dejan mucho que desear, para un tema que pudo dar como resultado un filme polémico en el mejor de los casos. Tópicos como la esposa dominadora, caprichosa, peleona y la amante comprensiva, tolerante y sumisa, ya no soportan un abordaje estético tan empobrecedor como el que luce Las dos Irenes. El punto en que la cinta llega a su fin, esa escena donde se palpa el comienzo de la confrontación de las dos adolescentes con sus respectivas familias, debió ser un punto de giro interesante hacia el verdadero desarrollo dramático de un filme que, en cambio, optó por dejar en el tintero lo, tentativamente, más sabroso y útil de su proposición argumental.

Fabio Meira cursó estudios en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los baños. Fue guionista de TheIllusion (Susana Barriga, 2009), un cortometraje cuya agudeza formal y conceptual, así como los riesgos estéticos a los que se expuso y de los que salió airoso, no encuentran el más mínimo eco de osadía artística, en esta ópera prima de Meira.

En cambio, la periodista y realizadora Lúcia Murat, propone un filme centrado en las complejidades sicológicas de Gloria, una mujer pobre habitante de la favela, que de pronto ha sido “elegida” para recibir asistencia profesional. Gloria comienza a asistir a la consulta de Camila, una joven psicoanalista portuguesa. Sus vidas comenzarán a interactuar de forma inesperada, violando la pragmática visión de la ciencia humanística occidental, que marca con hierro candente cualquier interferencia emocional entre paciente y médico.

Las paulatinas confesiones de Gloria, o sus simples relatos de la vida cotidiana, su pasado y su presente hostiles, van conformando un imaginario cruento en la mente de Camila. Su percepción de la realidad social brasileña comienza a transformarse. Las pesadillas la perseguirán dormida o despierta. Su respuesta, lógica para un sujeto educado en una tradición cultural muy diferente, será renunciar y escapar; no importa si con ello compromete la terapia. Al fin y al cabo, el sicoanálisis es solo una herramienta que Camila utiliza para desarrollar su trabajo de tesis, o sea, para expandir sus saberes académicos, y acceder a un reconocimiento institucional.

Filme decoroso en términos de lenguaje audiovisual, tiene además el mérito de no caer en la tentación de convertir a Gloria en un personaje en crisis, que padece en silencio su destino. Gloria no queda como mero símbolo de la mujer violada, humillada, víctima de la pobreza y la ignorancia. Gloria es también y sobre todo la expresión de una rebeldía soterrada, capaz de luchar en sus propios términos por sus ilusiones, aunque ello implique cambiar el orden de sus prioridades sentimentales, o comprometer la estabilidad mínima que un hogar y un puesto de trabajo precarios, pero seguros, le han ofrecido hasta entonces.

La diferencia entre Las dos Irenes y Plaza Paris, no está en que reflejan realidades diferentes en un país pleno de riqueza cultural, pródigo en contextos diversos, todos susceptibles de ser representados en la pantalla; sino en la visión paternalista de una, frente al cuestionamiento frontal de la otra. No se trata de solo considerar políticamente correcto el cine que refleja los aspectos más problemáticos de la sociedad contemporánea; mucho menos, en legitimar solo aquel cine propenso al catastrofismo social, y a la politización acerba de todas las historias. Probablemente el reto consista en encontrar y revelar, el aspecto ético y estético más rotundo, que nutra la experiencia de ver cine, para creer y para crecer, como reza el eslogan de este Festival.

 

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