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Jo Sol: el yo político y la voluntad “condividual”. (Un poco más sobre FIC Gibara)

Por: Antonio Enrique González Rojas

Con el largometraje Vivir y otras ficciones (2016), el realizador español Jo Sol ha largado en medio de la edición 14 del FIC Gibara una fuerte y compleja provocación acerca de la escritura fílmica como acto políticamente consciente. El expansivo intimismo de esta historia dual (nunca binaria) protagonizada por Antonio Centeno y Pepe Rovira, sincroniza el Festival con no pocas de las más avanzadas teorías y posturas sobre el cuerpo como dispositivo político. Y hasta la derogación de nociones (antaño) progresistas como la misma “otredad”. Apenas minutos después de la proyección de esta cinta en el cine Jibá, conversé con el director.

Siempre he creído que los verdaderos cambios en el arte, la verdadera remoción de cánones, se operan en primer lugar a escala de lenguaje antes, o paralelamente, con las historias y temas. Creo que Vivir y otras ficciones es un muy buen ejemplo de esto.

Hay muy pocas cosas que me he planteado a priori. Casi todo ha ido surgiendo en la práctica, a pesar de partir de unos presupuestos muy similares a los que mencionas. Ya sea por voluntad, o sea por necesidad, esa investigación sobre el lenguaje va a estar implícita en cualquier intento de hacer una película. Porque no podía contar con una puesta en escena, porque no tenía los medios para hacerla. Porque tampoco seguramente me interesaba. Porque al trabajar con no actores no les iba a pedir que se pararan en esa marca, pues iban a estar pendientes de eso y no de su naturalidad. Entonces de qué te sirve trabajar con no actores.

Había toda una serie de situaciones concatenadas que ya iban empujando esa voluntad de crear o trabajar sobre el lenguaje a partir de una voluntad primera que es una intención política. Yo creo que todas mis películas son políticas.

Hay una intención muy clara en tener lo que se llama una “política situada”, una “mirada situada”. Es algo muy extraño hoy día. Tú miras a los cineastas de los años sesenta y setenta, y sabes a qué partido votaban, en qué movimiento militaban. Todos tenían una mirada situada. Formaban parte, como intelectuales, como hombres de su tiempo. Estaban vinculados a la política de una manera natural. Hoy es muy raro saber eso. Es más, se crean andamiajes muy opacos para no verse en la situación de quedar al descarado, y a lo mejor perder opciones en un sitio o en otro. Entonces esa voluntad decide. Tener una mirada situada es algo muy claro.

A mí lo que me ha pasado es que hasta que no tengo mi personaje, hasta que no tenga la persona con la que pueda crecer juntos no filmo. Cuando haces una película amateur en el sentido de “amor”, no significa que no quieras el dinero, que lo rechaces, sino que no va a ser un límite para mí. Si no tengo ese presupuesto no voy a rodar: nunca parto de esa primicia.

Si tengo esa idea la voy a hacer, tenga o no tenga el dinero. Entonces si tengo que empezar a hacer concesiones sobre la puesta en escena, sobre los escenarios; si el espacio es así de pequeño o es así de feo, o la pared tiene un color que a mí no me interesa, pues me da lo mismo. Resulta más importante explicar lo que deseo en la historia, que lo que desprenda el arte, o desprenda la belleza, o la coherencia en todos los aspectos que debe tener una película para ser una unidad. A mí me importa un poco menos esta unidad.

O sea, perder un poco el equilibrio en la escenografía, en el vestuario, de saber que no vas a tener un poco más de escenografía, un poco más de luces, un poco más de cositas que te ayudan.  De jugar con la parte visual. No lo puedes hacer cuando no tienes ni el tiempo, ni el espacio, ni puedes quitar una pared para moverte mejor. No tienes el dispositivo de travelling, de steady cam. Todo es más a mano. Mucho más sucio. Eso no me preocupa tanto, a cambio de que no sea banal.

Como en Taxi a ful, no se trata de hacer una película anticapitalista cuando la gente te estaba diciendo ¿qué significa eso? —ahora, con la crisis, la gente ha empezado a entender ciertas cosas, pero en el momento en que la hicimos,, alrededor de 2002 y 2003, todo eso le sonaba a la gente mucho como la Revolución Cubana, los sesenta—, sino también de no hablar de “queremos trabajo”, sino de “queremos dinero, no queremos trabajo”. Vamos pinchar la idea de esa lógica también marxista. Vamos a pinchar todas las lógicas. Tratar de tener una mirada que no parta de una idea maniquea, entre bien y mal, sino una mirada mucho más compleja.

Para mí, trabajar a partir de esa complejidad es lo que tiene cualquier aspecto real de la vida. Eso es más importante que cualquier otra cosa. Si pierdo todo lo demás, lo más importante es la mirada. Lo único que me interesa es eso: que la mirada vaya no solo a dar del cuerpo, que no vaya de que “la gente queer está bien, los demás están mal” o “las minorías sexuales son las que tienen la razón y los otros no”. Es también plantear todas las incoherencias que tenemos desde los márgenes. Y cómo vivimos con ellas. Hay un universo de verdad, no absoluto.

Es mostrar estas zonas como esferas problémicas, conflictuadas, contradictorias incluso, no santificarlas como facciones nobles y homogéneas.

Realmente es eso: la problematización en sí misma. Pero es lo que te permite hablar de cosas que tienen una complejidad intrínseca. Yo hice un documental sobre transexuales operados, y no operados que querían mantener su pene para poder tener una sexualidad compleja. Y gente que le horrorizaba tener su pene y todo partía de ahí. Se operaban y entonces perdían toda capacidad de placer. Porque todavía no se ha llegado a invaginaciones lo suficientemente técnicas como para convertir ese pene en un clítoris. Entonces ese trabajo trataba justamente de eso. Y me permitió situar ese horizonte de crisis irresoluble. Ese ciclo de mutación permanente que es la naturaleza. Lo que está permanentemente en cambio, en movimiento. Toda esa voluntad de no reducirla a un momento fotográfico. Me gusta la fotografía que plasme toda esa contradicción.

Volviendo a lo político. Cuando se habla de cine político se piensa generalmente en panfleto, en libelos, en proclamas. Sin embargo, tú vas de convertir lo personal en político sin necesidad de agitar banderas.

En todos los libros queer se habla desde el yo. Y no se está hablando desde mí. Esto me lo decía el otro día Paul Preciado: claro que hablo desde el “yo”, que no es el “mí”, sino el “nosotros”. Pues es mi experiencia, pero que es común en mucha gente. No me pertenece. Es la mía y puede ser distinta tal y cual, pero hablo desde una voluntad condividual. No de ese individuo indivisible.

Quiero rechazar esa idea más de los sesenta de un colectivo piramidal, homogéneo, para hablar de lo condividual: que acepta esa complejidad, que acepta esa contradicción. Esa necesidad continua de estar reformulándose. Porque desde ti mismo sabes que estás en proceso de cambio. Y a lo mejor lo que eres hoy ya no lo serás mañana, o de aquí a un rato. Me interesa mucho hablar desde mi experiencia o desde mi yo, pero sabiendo que ese yo no es mío, no me pertenece. Porque no es tan sólido. Porque no es permanente. Está sujeto a  miles de mutaciones. Y hay momentos en que podemos sentirlo resonar, mutar.

 

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