Papá Giovanni y Stephanie Ghisays: Lola…Drones vende rosas violentas, con algo de futuro.
Por: Antonio Enrique González Rojas
La cinta colombiana Lola…Drones llegó a la edición 14 del FIC Gibara como resultado creativo de un luengo proceso de transformación comunitaria socioantropológica en Barrio Triste, una de las zonas más agrestes de Medellín. Está dirigida por Giovanni Patiño, actor de numerosas películas imprescindibles de la fílmica colombiana como Rodrigo D: No futuro (1990) y La vendedora de rosas (1998), ambas de Víctor Gaviria.
Más conocido como Papá Giovanni por todos los habitantes de esta localidad, el ahora realizador se confiesa “un hombre arrullado por las prostitutas del ambiente en que me crié. A mí me cobijó el vicio. Afortunadamente, al contrario de muchos que se quedaron en el camino, seguí ahí, convirtiéndome en un líder que ellos mismos crearon. Porque desde niño aprendí a abrazar a la gente marginada”.
“Víctor Gaviria estaba trabajando en el proyecto de la Vendedora de rosas hace veinte años”, cuenta al referir que él no escogió al cine sino este lo escogió a él. “En ese entonces estaba haciendo una manifestación, lo que llamamos un zafarrancho, con más de doscientas personas de la calle, porque los funcionarios de Bienestar Familiar de la administración estaban quitando los niños a las habitantes de calle. Entonces le hice un velorio a una mujer de ellas que se conoce como ʽla indigente que murió de amorʼ. Eso fue un escándalo en la ciudad. Entonces me llevaron preso, me encanaron por esos escándalos, pero hice que la administración cambiara un poco. Pues yo lo veía todo como un secuestro. Y la administración debe enseñar a los indigentes y a los analfabetos a colaborar en la recuperación de esas personas en un país vuelto nada”.
“Entonces Víctor dijo: este loco tiene que trabajar en mi proyecto. Fueron por mí y me preguntaron: ¿usted quiere ser actor? Y yo me reía y les dije que no me gustaban las “huevonadas”, pues yo trabajo con la mecánica de autos, tengo mi negocio, tengo mi vida ¿Quién les dijo a ustedes que yo era actor? Víctor se reía también y me decía que tenía aptitudes. Ahí me dieron un papelito que se llamaba igualmente Papá Giovanni. Entonces empecé a llenarme de esos conocimientos, qué era la producción, el luminotécnico, la asistencia de dirección. Me puse a escudriñar. Trabajé en muchas producciones colombianas, más de veinte. Los directores me consultaban cosas: ¿esto se ve real?, ¿este personaje se interpreta así?”
Bajo la clara influencia del cine de Gaviria y la propia vida de Patiño (y viceversa), Lola… resulta una radiografía coral apasionada y enamorada de un mundo violento donde viven y sobreviven seres humanos. “Soy parte de eso”, comenta Patiño. “No me baso ni en libros ni en cuentos. Es mi propia historia. Son sangre de mi sangre y poros de mis poros”. Interpretada completamente por actores no profesionales, la cinta apuesta por recrear sus propias historias en un ejercicio de exorcismo. A lo largo de nuestra conversación, Giovanni los nombra indistintamente a los sujetos como personas y personajes, nunca distingue entre actores y roles. “A muchos de ellos los vi nacer”, apunta. “Los veo cómo sobreviven. Veo cómo pierden. Veo cómo ganan. Y dije: algún día quiero escribir una historia de amor desde las comunas. Pero que sea de ellos. De la gente que vive o respira mucho la calle. Y entre ellos están los ladrones, el microtráfico, el paramilitarismo, problemas muy presentes en mi país aunque las administraciones quieran maquillarlos”.
Por eso, subraya que Lola… “es un argumental con tono documental, donde vemos como hasta las mismas locaciones se convierten en personajes. No saco a los personajes de sus ambientes. Interpretan sus propias vidas”.
“Hay en la película un personaje que se llama La Chiqui”, comenta la productora Stephanie Ghisays, quien acompaña a Giovanni en el FIC Gibara. En la escena del velorio del personaje de su amiga asesinada La Pochola, llora hasta un punto en que regresa a su realidad. Se sale del contexto fictivo y en vez de gritar ʽAy, Dios míoʼ, grita ʽGiova, ayúdameʼ. Durante el montaje hubo que cortar la mayoría de la escena pues lo único que hacía era llamar a Giovanni. Porque revivió un momento como ese que le había pasado en su vida. La mayoría de las escenas fueron así, con actores muy identificados con sus realidades. Cualquier persona no hubiese podido lograr este rodaje, pues él los vio nacer y crecer. Porque son personas muy complicadas para tratar y manejar. Tuvimos que hablar su mismo dialecto para adaptarnos a ellos”.
Así la cinta, con sus valores innegables, es apenas un fragmento, un registro audiovisual de todo “un proyecto sociocultural”, como afirma la Ghisays. “Por eso es una película de ficción y no un documental. No solo queríamos a los pobladores para que nos dieran testimonio, sino hacer que les gustara el Séptimo Arte. Quien gustara de la música podía hacer una propuesta para la banda sonora. Queríamos que aprendieran a coger un micrófono, una cámara, a hacer producción. Y hoy en día muchos de ellos están trabajando en películas colombianas como técnicos. Y quienes no quisieron seguir en esa línea, han cambiado sus vidas. Uno de los ladrones hasta tiene una barbería. La Chiqui pudo dar una educación a sus dos hijos. Los llevaron a un centro donde pasan toda la semana, y el fin de semana están con ella. Entonces quisimos tener un acompañamiento constante para que no pase el caso de La vendedora de rosas, cuyos realizadores nunca comprendieron la magnitud de lo que hacían”.