destacadoMemorias del cine

El cine en La Habana

Por: Rafael Lam

La Habana nació signada por el cine, desde el viernes 15 de enero de 1897, hace ahora 120 años, el vapor Lafayette, de la Compañía General Trasatlántica de Vapores de Correos Franceses, procedente del puerto de Veracruz, entra a la bahía habanera rodeado de numerosos barcos con las velas arriadas.

            Entre las más importantes figuras por desembarcar se encuentra el francés Gabriel Veyre (1871-1936), de apenas 26 años, representante de los hermanos Louis y Auguste Lumiére.

            Según me cuenta el especialista Luciano Castillo, Lumiére viene enviado como director técnico del Cinematográfico Lumiére, junto a Claude Fernand en calidad de director general para el novedoso aparato en México, Venezuela, Las Guyanas y Las Antillas.

            La Habana recibe la novedad con mucho entusiasmo, el interés de los habaneros por el cine fue de tal magnitud que, en la década de 1950, con solo medio millón de habitantes, llega a contar con 136 cines, algo verdaderamente asombroso, nunca antes visto en el mundo.

            Les cuento que, aquella primera exposición de cine en La Habana fue un verdadero suceso. En la tarde del viernes 14 de 1897, se presenta una exhibición especial para la prensa, aclamada con aplausos y bravos por la nutrida concurrencia.

            Al día siguiente el público asiste a la primera función popular. Aquello fue un verdadero éxito, al extremo que el visitante francés Veyre se dedica a realizar filmaciones y se hospeda nada menos que en el primer hotel de La Habana: El Inglaterra, en el Paseo del Prado. El visitante no solo se impresiona del hotel Inglaterra, sino también del hotel que se encontraba a su lado: El Telégrafo con una fama bien ganada. “Esta ciudad es impresionante”, aclamaba el francés.

            Al visitante, con su capacidad de observador, le impresiona la limpieza de la ciudad, superior a otras ciudades visitadas. También le conmueve el Paseo de Isabel, en su hermosa vía llamada El Prado, los establecimientos comerciales, los vendedores ambulantes, pregoneros por todas partes. Se encantó de los helados de París, en el Salón de Variedades, los abundantes vehículos públicos, carruajes de todas clases y estilos.

            Veyre se dedica a conocer la ciudad, se impresiona del teatro Alhambra, inaugurado en 1890, disfruta de los paseos por la calle Obispo, el fastuoso teatro Payret de 1877. Finalmente Veyre decide instalarse en la calle Prado 126, entre San José y San Rafael. Todavía no existía el Capitolio.

            Poco a poco Veyre va descubriendo la ciudad, comienza a ofrecer funciones en el Parque Central al lado del Teatro Tacón. Los precios eran 50 centavos (medio peso), veinte centavos los niños. Las muestras eran de un minuto de duración, pero aquello era una verdadera novedad; comenzaba una era que llegará muy lejos en el tiempo.

            El público aplaudía con delirio, gritaba ¡Bravo!, las tres muestras debieron repetirse. Se desbordaba la capacidad de público, aquello era un suceso para la historia. Los comercios se llenaban, el ambiente era muy grande, como una fiesta del cine.

            El Teatro Tacón asimilaba, desbordando su capacidad a más de dos mil asistentes, para maravillarse con el invento del siglo. La prensa se hace eco del acontecimiento y se hace presente, uno de ellos es Francisco Hermida, cronista de El Fígaro, la elegante revista de la burguesía.

            Así acontecía la novedad del cine en su llegada a la ciudad que, desde 1519 se había instaurado en esta América maravillosa.

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