Alfonso Cuarón, ¿por qué Roma?
Por: Berta Carricarte
Una familia tradicional burguesa entra en crisis cuando el patriarca, médico de profesión, decide abandonar a su esposa Adela (Nancy García García) y unirse a una nueva pareja. A pesar de lo que pudiera insinuar esta breve sinopsis, Roma (2018) no trata del desmoronamiento de un matrimonio con hijos, sino de los dramas cotidianos de personas dispuestas a rebasar conflictos y avanzar en la vida.
El destacado director mexicano Alfonso Cuarón, también autor del guion, se presenta con esta lectura sedada sobre algunas aristas de los roles de género y las relaciones sociales. Enmarcado en los años 70, el filme describe el contexto de los vínculos entre patronas y sirvientas, desde una perspectiva realista y humana, donde la identificación y solidaridad (sororidad) entre las féminas es una carta de triunfo frente al fracaso de una sociedad viril, abusiva y convulsa.
Con absoluto dominio de los tiempos narrativos, Cuarón avanza sin prisas, develando los conflictos de sus personajes desde una visión omnisciente, contemplativa, propositiva. Las mujeres irán tomando las riendas de sus vidas poco a poco, aunque su mirada hacia el entorno sociopolítico pendule entre la perplejidad y la indiferencia. Es como si el realizador pusiera en paralelo los disturbios domésticos y los de la nación, y apostara por resolver primero lo privado. Quizás la tesis de filme vaya por esos derroteros proyectándose sobre el presente que, para la nación azteca, es brutal: cualquier intento de sanar el país tiene que empezar por la liberación y el empoderamiento de la mujer.
Aunque pudiera resultar obvio el uso del blanco y negro para ubicar temporalmente el relato en el pasado reciente, en este caso la excelencia de la fotografía nos hace olvidar ese detalle; fotografía que, dicho sea de paso, no se hace notar, no roba protagonismo, sino que se adapta a la transparencia de los hechos narrados. Otro acierto son las actuaciones, en particular la de Cleo (Yalitza Aparicio) la sirvienta, contenida, casi austera, y al propio tiempo dulce, fluida, sugerente. Para cada personaje se ha tejido un diseño sicológico perfecto, que se despliega en interpretaciones muy bien guiadas por una dirección que no deja nada al azar. El más mínimo titubeo en este aspecto hubiera arruinado el filme, pues se trata de una cinta de lenta progresión dramática, donde cada detalle actoral, cada palabra y cada gesto cuentan y redondean la historia.
La puesta en escena recupera lo mejor de los ensayos estilísticos de Lucrecia Martel en La ciénaga (2001); a veces se tiene la impresión de que la trivialidad de los acontecimientos que se suceden en pantalla, nos hará perder el hilo de algo importante que ha quedado sumergido en el subtexto. Y es verdad; si no disfrutamos a plena conciencia y con el intelecto en vilo desde el primer minuto del filme, no podremos saborear como se merecen los minutos finales, donde ambas protagonistas revelarán sus verdades más íntimas y su fortaleza interior.
Unido a los nombres de sus compatriotas y coetáneos Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, Cuarón forma una tripleta de talentos triunfadores. El año 2014 tiene que ser inolvidable para él: ganó siete premios Oscar, entre ellos mejor director y mejor montaje por Gravity, esa película alucinante que ningún director de Hollywood en su sano juicio habría aceptado dirigir. Pero ya Cuarón había probado el sabor de los elogios con su película más taquillera Y tu mamá también (2001), un road movie (filme que se desarrolla en un viaje por carretera). Con ella demostró su capacidad de narrar cine como un maestro veterano, con absoluto dominio del ritmo dramático y con una mirada aguda y transparente sobre la vida y la sociedad. Pero también demostró que le interesaba mirar a través de conflictos humanos que pueden revelarse en el comportamiento de una mujer.
Si en Gravity, la gravedad del desastre que sufre la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) no la sume en una crisis histérica, es porque Cuarón buscó expresar a través de la actriz, algo bien diferente y distante de los esencialismos falocéntricos. Si Luisa Cortés (Maribel Verdú), tomó el mando de aquel viaje turístico al centro de la aventura sexual, y liberó por una noche a aquellos jóvenes de su masculinidad castradora, fue porque Cuarón también había abandonado la terrible atalaya virilizante que tan pesado fardo impone sobre la sociedad. Si en Roma Cleo y Adela miran sin ver la contienda callejera, los tiroteos y hasta el magro desfile de militares que viene en sentido opuesto a ellas, es porque tienen algo más interesante que pensar y hacer, y es ocuparse de sus propias vidas, antes que del caos belicista que el ansia de poder en un mundo patriarcal, trata de imponernos a la humanidad toda. Por eso Roma, título que más allá de ser el nombre de un barrio en Ciudad de México, recuerda al imperio que no pudo contemplar la procesión de la derrota de Cleopatra, ni como estadista ni como mujer.