Bacurau. Revancha simbólica mediante le western brasileño
Por: Berta Carricarte Melgarez
En una remota comunidad brasileña los habitantes son sometidos a un exterminio progresivo, como si se tratara de un safari selvático. Unidos por sus tradiciones y por la memoria de su matriarca recién fallecida, opondrán resistencia a ser borrados del mapa. Esta es, en síntesis, la historia que cuenta Bacurau (2019). Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, directores del filme, no se propusieron hacer un filme esteticista ni panfletario, sino construir una fábula que restituyera el sentimiento de justicia social, tan mancillado hoy en tierras brasileñas. Por eso Bacurau es, ante todo, un acto de premonición, justica y emancipación cultural.
Partiendo del cine de género donde se intersectan el western, el thriller, la aventura, el gore y la ciencia ficción, Bacurau condensa en un protagonismo coral, las aventuras de un pueblo imaginado del nordeste brasileño, que lucha por su autonomía frente al intento de genocidio urdido por el invasor. Apenas se detiene en personajes aislados, entre los cuales, la doctora interpretada por una Sonia Braga todavía potente, le da colorido y morbo a un relato semifantástico y cuasi distópico.
La película denuncia así mismo, la mirada racista de quienes ejercen la dominación económica, convirtiendo a la especie humana en un cuerpo escindido donde una raza se autodefine superior a otra. Pero esa denuncia no se limita en el filme a exponer hechos y frases, sino que viene precedida por el enaltecimiento de las tradiciones populares, la legitimación del referente cultural, y el privilegio de las voces autóctonas de una comunidad ficticia recreada sobre la base de una cultura verídica y palpable. Además, resuelve el conflicto condenando claramente a los invasores.
A diferencia del mensaje sociopolítico directo y radical que propone Marighela (Wagner Moura, 2019), otra cinta brasileña presente en el Festival, Bacurau consigue burlar la censura y establecer una suerte de caleidoscopio interpretativo, que no permite reducir la lectura de sus significantes, a un solo significado, ni esencializarla como discurso político, ni convertirla en bandera de una sola consigna.
Conscientes de la complejidad del contexto nacional e internacional, los directores prefieren matizar lo real con lo fantástico, y sin apartarse del contenido crítico social, trabajan con la imagen caricaturizada de “el malo”, releída desde la estética del comic y mezclando sátira y costumbrismo. Si a ello le sumamos el hábil manejo del ritmo narrativo, y la frescura de esta fábula retrofuturista, es fácil comprender por qué el Festival de Cannes le otorgó este año el Premio del Jurado (ex-aequo). Los lauros cobran valía no por su impacto más o menos coyuntural o por su sentido legitimador, sino cuando, como en este caso, sirven de punta de lanza reivindicadora, que abre puertas al reconocimiento de la obra y su acceso a las pantallas de su propio país.
Por su estructura, la película presenta una especie de prólogo en el que se plantea el complejo universo social del que Bacurau hace parte, y donde la precariedad material, la escasez de agua y medicamentos, es el resultado de una desigual distribución de las riquezas; así como del capricho egoísta de un mandatario local. Pero, al mismo tiempo, la voluntad de progreso mediante la unión solidaria de todos los habitantes, será la fórmula triunfadora, estimulada por el psicotrópico que se autoadministran, a modo de elixir mágico, como las espinacas de Popeye, o la poción mágica de Panorámix.
En un segundo momento se declaran abiertamente las fuerzas del mal, y en un tercer momento se desatará la venganza tarantinesca, acompañada por el cuerpo astral de la anciana matriarca Carmelita. No sé cómo se ha vivido en otras partes del mundo; pero el realismo mágico evocado en la película se extendió por la sala Yara, provocando los enardecidos aplausos de la audiencia, tras cada acción triunfante de los pobladores.
Una secuencia capital de Bacurau es aquella en la que dos lacayos de los matones extranjeros son sometidos a la más flagrante humillación; evidente metáfora del lacayismo de Jair Bolsonaro frente a Donald Trump. Valga decir que los episodios de violencia van aumentando y llegan a ser muy cruentos. Psicológicamente constituyen una válvula de escape; pero también representan una cotidianidad latinoamericana que duele reconocer, y que en este caso cobra matices de revancha simbólica de los desposeídos contra los opresores o de violencia reactiva de los brasileños contra el colonizador.
Es curioso que uno de los temas compulsivos en este Festival ha sido la justicia ejercida por derecho propio, fuera de todo marco jurídico. En los filmes argentinos La Odisea de los giles, 4×4 y El cuento de las comadrejas, en la cinta alemana Una pareja perfecta, y hasta en la mexicana Mano de obra, quienes han sido víctima de atropello toman un atajo justiciero para intentar revertir el daño sufrido. Tal parece que el inconsciente colectivo o la conciencia global, según se mire, necesita restaurar la fe en la virtud y la solidaridad humanas, mediante la fantasía del arte. Si esto fuera posible, entonces todos los caminos conducen a Bacurau.