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Reconociendo el origen. Amistad y Coleccionismo

 Por: José Dos Santos

Por estos días de Jazz Plaza 2022, en ocasión de mis 75 años de vida, se habló de la colección de música que he formado a través de mucho tiempo y es válido agradecer a quienes la han hecho realidad, aunque sería casi imposible mencionarlos a todos.

Gracias al hábito de llevar estadísticas de muchas de mis acciones, tengo relacionadas más de 160 fuentes que me han nutrido de la gran mayoría de los 21 mil 200 discos registrados hasta el día de hoy, sin contar los músicos que directamente me han hecho llegar sus obras. Por ello sólo me referiré a los más significativos, aunque a todos los tengo en mi agradecimiento.

Y debo empezar por el colombiano Hugo Hernández, colaborador cuando fui corresponsal-jefe en la oficina de Prensa Latina, en la República Democrática Alemana, y atendía Berlín Oeste, donde él residía. Fue el primero que me hizo llegar los primeros compactos que tuve en mis manos, cuando no tenía equipo para escucharlos.

Así me sucedió luego con el ahora hermano mexicano Raymundo Reynoso, que conocí reportando ambos la Segunda Cumbre Iberoamericana, en Madrid-1992, quien en nuestro encuentro en la brasileña Salvador de Bahía, en la tercera, conocedor de mi afición por el jazz, me obsequió otros “intocables” por entonces.

De él surgió la iniciativa de dotarme del equipo pertinente con una fórmula “superchévere”. A su regreso a Los Ángeles, donde residía y aún lo hace, me enviaría un equipo a través de la corresponsalía de PL en México. Yo, a cambio, le enviaría por esa misma vía discos de acetato con su admirada música cubana, que nutriría su gran colección de “tortillas negras” como les llamara. Todo fue de maravillas, gracias a amigos que cargaron con encargos en ambas direcciones y al poco tiempo comencé a escuchar aquellos pequeños discos luminosos.

Y así comenzó todo en el mundo digital.

Yo poseía mas de 600 discos de acetato y unos 10 mil casetes con la música de mi interés, incluyendo la clásica y latinoamericana de mi preferencia, pero al abrirse las puertas al mundo digital, casi todo quedaría sólo como testigo pasivo. No obstante, otra colaboración de Raymundo –enviándome un tocadiscos con programa para digitalizar acetatos- me posibilitó llevar a ese formato mi colección de vinilos.

Luego vendrían muchísimos episodios como las copias de lo grabado en el Teatro de belas Artes (gracias a los amigos Temprano y Eugenio), las que me hicieron llegar en lso tiempos iniciales músicos como Maraca, Chicoy, Robertico Carcassés, Eliel William Lazo y Joe Iglesias.

Del ámbito externo, en mis viajes de trabajo periodístico, visitas de ellos a Cuba o envíos mediante correo o con viajeros, tengo que destacar a los colegas Raúl Quevedo, de Argentina; el boricua Elmer González y el español José María García “Cema” . Resalta en aquellos tiempos iniciales el invaluable apoyo del dr. Carlos Iramain, argentino asentado en Puerto Rico y difusor del jazz, quien me envió docenas de discos durante varios meses.

A partir de la década de los 90 se multiplicaron los aportes de amistades, músicos y otras fuentes no remuneradas, entre las que destacan la conocedora Rosita Marquetti, el entusiasta Luis Molé (con quien sigo en contacto sistemático), mi colega Joaquín Borges-Triana, el difusor dominicano Héctor Darío Nicodemo (a quien le debo mi primer disco externo) y mi fraterno Mario Picayo, editor de mi libro dedicado a los jóvenes jazzistas cubano, quien aún hoy, desafiando pandemia y avatares variados, sigue en sintonía con mis “apetencias musicales”, buscando actualizarlas.

Muchos nombres importantes para mi afecto quedan fuera de este apretado resumen, entre ellos Bobby, Neris, Bellita, Pablo, Alaín, Alejandro, Felipito, Reynier, Babín, Julián, Milagros-Ernesto, (mi directora en La Esquina del Jazz y su esposo y realizador), Silvio, Alexis, Julio, Abraham, Bill, Aruán, Elizabeth, Carolina, Ann Braithwaite y Katherine Leyden (las dos últimas, a quien no conozco personalmente, con envíos de enlaces con obras aún inéditas para descargarlas por internet).

No puedo cerrar esta narración sin destacar al más reciente de los “donantes” para mi fonoteca, mi colega, amigo y director de programas de jazz en Radio Habana Cuba, Jorge Miyares. Jorge inyectó ánimo en mi reciente y crítica etapa de salud con un intercambio musical de alto valor, no sólo en lo cuantitativo.

Todos ellos y ellas tienen como denominador común la solidaridad y el gesto altruista, la voluntad de servir sin mediar nada a cambio –aunque música han recibido porque la reciprocidad es una de mis características.

Recordarles y reconocerles es rendir tributo a la amistad, ese motor de vida que va más allá de los lazos de sangre y que, en mi caso, está en la base de muchas cosas importantes, incluyendo mi colección de jazz…

POR TODO ELLO… GRACIAS GRACIAS GRACIAS

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