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Un divertimento en formato de historieta

Por: Maya Quiroga

Fotos: Cortesía de Silvia Padrón

Para los cineastas de la Mayor de las Antillas hoy es un día de fiesta. El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) arriba a 63 años de su fundación. Quiso el azar concurrente que el 24 de marzo de 2020, se produjera la partida hacia la inmortalidad del maestro Juan Padrón Blanco, uno de los más grandes animadores en la historia de ese género en Cuba.

Entre las obras inconclusas del Premio Nacional de Cine 2008 se encuentra su libro Mi vida en Cuba, editado bajo el sello Random House, Inc. En un encuentro homenaje póstumo al padre de Elpidio Valdés, realizado en la sede de Animados Icaic, Silvia Padrón, hija del maestro confesó que a su padre lo embargaba un gran dolor, en sus últimos días de existencia, porque no le alcanzaba el tiempo para terminar ese texto.

Según explicó Silvia, el volumen, que conmueve y a la vez divierte, nació como resultado de la colaboración que tuvo su progenitor con un periodista español radicado en Cuba en 1989. Los amigos de Padroncito le sugieren entonces que escriba sobre su vida.

“Una de las cosas más divertidas de mi papá era escucharlo contar sus historias. Sobre todo, me encantaban las que hacía con mi tío, de cuando eran niños, todas las maldades que se les ocurrían. Siento un gran pesar de no haberlo filmado porque siempre me debatía entre disfrutarlo, que no se cortara, porque él tenía la capacidad histriónica de actuar y ponerle voces y eso era de lo más divertido”.

Esa fue una de las motivaciones para escribir este libro donde va dibujando la trayectoria de su vida hasta la década de los años 70.

“Empieza justamente con esa belleza creativa que tenía él. De niño se imaginaba que era un luchador en la galaxia y se ponía en la parte de atrás del auto, a través de los cristales de los carros antiguos, a mirar el cielo e imaginarse que era un guerrero espacial. No para de fascinarme con su capacidad creativa. No he visto nada igual: la cantidad de personajes que tiene, los ámbitos en que desarrolla sus historias, es increíble”.

En otra de las páginas de esta historieta va en búsqueda de sus antepasados paternos, llegados desde las Islas Canarias y que se instalaron en la villa de Guanabacoa. Mientras que su abuelo materno, Manuel Blanco llegó a ser jefe de maquinaria en el central Carolina. Sus padres, Juan y Silvia se casaron al terminar la Segunda Guerra Mundial.

“Me encanta una viñeta que dice: «Nací en 1947 y mi hermano, en 1948». Es la primera caricatura donde aparece mi tío, que se convierte en el coprotagonista porque el libro va, básicamente, sobre su infancia y su primera juventud, donde mi tío tiene un papel fundamental. Ese genio creativo se ve estimulado porque se llevaban muy poco tiempo y se iban retando, el uno al otro”.

Uno de los personajes de la historieta es la madre Silvia, quien regaña a los futuros artistas por sus experimentos locos. A ella le debe su nombre la hija del animador.

El texto recorre también el período en que Padrón Blanco cumplió con el Servicio Militar y va contando esos tres años de su vida. En esa época empieza a conocer a personas tan importantes para su carrera como fueron: Jorge Oliver, Frank González y Silvio Rodríguez.

“Son esas cosas medio místicas de la vida. Se había casado con una rusa y al terminar la relación regresa a Cuba. Es muy simpático porque escribe en la historieta «Fin, Koniek». Al final, esa fue la última página que logró hacer”.

Empezó a dibujar otra cuartilla pero lamentablemente no la pudo finalizar y su viuda Berta, escribió un epílogo muy sentido, emocionante y conmovedor, donde recupera fragmentos de entrevistas y narra el resto de la historia antes de que Padrón Blanco comenzara a trabajar en el Icaic.

Su autor se reservó el derecho de publicar el libro en Cuba por lo que Ediciones Icaic puede hacer una edición nacional, advirtió Silvia.

En mi opinión, esa historieta que constituye una suerte de divertimento, bien pudiera convertirse en una obra fílmica de animación donde tuviéramos la posibilidad de conocer nuevas facetas de la vida de uno de nuestros más prolíficos creadores de dibujos animados en la historia del Icaic.

Por otra parte, Silvia acotó que existen dos maneras de continuar recordando el legado de su padre. La primera es rescatar toda su obra fílmica, uno de sus últimos sueños. “Creo que el proyecto del Centro Cultural Creativo La manigua también va a tener un impacto tremendo en la ciudad, incluso en Cuba, debe ser impulsado y apoyado por todos los que estamos aquí y el resto de las instituciones”.

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