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Respeto al espectador

Por: Valia Valdés

Parece elemental recordar cuál es la misión de los medios de comunicación y centros culturales en nuestra sociedad y su deber de contribuir al bienestar de los individuos, sin embargo, a veces sucede que, en vez de proporcionar satisfacción a los que buscan opciones afines a la cultura, se imponen modos de hacer que atentan contra ese tipo de esparcimiento.

No voy a hablar de experiencias ajenas. Mi recuento comienza un día de marzo en el que llegué al Multicine Infanta a las 4 y 45 pm y encontré cerrada la puerta del cine, cuya función estaba anunciada para las 5 pm. Logré que actualizaran los relojes y nos dieran el servicio cinematográfico. Éramos solo tres espectadores. Mientras la acomodadora lamentaba la poca afluencia de visitantes, yo recordaba las puertas cerradas que desanimarían a cualquiera.

Al visitar en dos ocasiones el cine Charles Chaplin, también en el mes de marzo, constaté que habían adelantado la función, una vez porque más tarde se presentaría el espectáculo Farándula y otra, por la extensión del filme “Avatar. El camino del agua”. Los cambios de hora aparecían en la cartelera, pero contradecían los horarios habituales a los que está acostumbrado el público cinéfilo.

Para atraer a la audiencia es importante ofrecer estabilidad y, ante el vacío de los centros cinematográficos, urge estimular los hábitos de consumo. La manera amenazadora en que el personal llega a advertir a los espectadores que apaguen los móviles no tiene nada que ver con el trato adecuado, aun cuando es frecuente esa manifestación de indisciplina.

 Las funciones teatrales tampoco se quedan atrás en subvalorar al público pues algunos directores esperan hasta casi la hora de comenzar el espectáculo para permitir la entrada a la sala. En estos tiempos de tantas dificultades de transporte, que hacen del traslado un sacrificio, esperar de más origina una ansiedad innecesaria en el que pagó la entrada y afecta la recepción del hecho artístico.

Recuerdo un espectáculo en el que su director demoró el inicio quince minutos, porque unos amigos suyos estaban en camino. Entre tanto, la concurrencia aguardaba por el comienzo de la obra.

En las trasmisiones televisivas son reiterados los cambios o demoras de la programación, sin tener en cuenta que la variación arbitraria del horario de los espacios produce un disgusto que genera hostilidad en el televidente, el cual rechaza la imposición de un contenido inesperado que afecta sus preferencias.

 La práctica de trasmitir emisiones informativas especiales motivadas por eventos meteorológicos o de otro carácter durante largas horas, hace que la información se torne reiterativa y acentúe el estrés de una población que precisa momentos de relajación ante graves contingencias.

Cada uno de estos casos ejemplifican el irrespeto hacia quien sostiene la existencia de los centros culturales y medios de comunicación, el pueblo. Los espectadores merecemos más.  

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