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Redescubriendo a Costa Gavras: “Sobra un hombre”

Por: Berta Carricarte

Por lo que vamos viendo, puede que lo mejor del XXIII Festival de cine francés en La Habana, esté en el reencuentro con un afamado cineasta como Costa Gavras y el no menos célebre Jacques Perrin, destacado actor, aunque también se ha desarrollado en las facetas de productor y director. Así tendremos la oportunidad de disfrutar de las cintas Los raíles del crimen (1965), Sobra un hombre (1967) y Z (1969), en las que Perrin formó parte del elenco. Además de La confesión (1970), con guion de Jorge Semprún y El capital (2012), basada en la novela de Stephane Osmont.

Aunque nació en Atenas, Konstantinos Gavras, mejor conocido como Costa Gavras, muy joven cursó estudios de literatura en una universidad de París, y poco tiempo después trabajaba como ayudante de los directores franceses Henri Verneuil, Jacques Demy y René Clément.

En 1965, Gavras alcanza el éxito en su debut como guionista y director, cuando se da a conocer con Los raíles del crimen, un argumento basado en la novela de Sébastien Japrisot, apoyado por un casting espectacular que encabezaron Simone Signoret e Yves Montand.

Por su parte, la producción franco-italiana Sobra un hombre (1967) parece demostrar que Gavras es un director de cine de acción que disfruta poner a sus personajes en situaciones límites. La historia ha sido extraída de una novela autobiográfica de Jean Pierre Chabrol publicada en 1958. La película arranca con el trepidante rescate de un comando de luchadores franceses de la resistencia antifascista conocidos como maquis, suerte de partisanos o guerrilleros, dispuestos a matar y morir sin remilgos, en una lucha dura y desigual contra los invasores alemanes y sus secuaces.

Es inevitable que brote de las diferentes circunstancias que enfrenta el grupo rebelde, una suerte de anarquía moral. Matar al enemigo, destruir todo al paso, propiciar el caos, jugar con el azar como fórmula de vida o muerte y, además, encarar la incómoda y peligrosa incertidumbre de tener un traidor en las filas, ese es el imperativo que se le plantea a los combatientes, cansados y acosados por el enemigo; pero siempre viriles.

Ahora bien ¿de qué estrategias de representación se vale Gavras para comunicar su historia de modo que el espectador se sienta identificado? Pues no duda en poner por delante la adrenalina. En efecto, apela a la típica agitación de acciones que se suceden en tropelaje alucinante. Disparos a granel, bombas que estallan, lucha cuerpo a cuerpo, arma blanca perforando la carne, el pandemónium y el juicio final juntos. Pero también, el humor, la hilaridad cómplice, el chiste sexista, racista, chovinista, de esos que hoy sepultarían un filme en el desprecio y la proscripción por el cariz ofensivo de algunos bocadillos. Hay que ver esto para darse cuenta cómo ha cambiado la representación del mundo y su humana diversidad a raíz de los pronunciamientos del feminismo, de los estudios postcoloniales y de la autoconciencia y responsabilidad de quienes hacen cine desde sus privilegios sociales, culturales y de clase.

Por lo demás, es un filme que clasifica dentro del thriller bélico, confundiendo el drama social con la comedia astracanada a lo Indiana Jones. Divierte sin que necesariamente nos cuestionemos la ética que atraviesa los objetivos de lucha de estos hombres, sus principios morales, su código de honor. Porque todo vale para mostrar adhesión al grupo y salvaguardar su integridad, bajo el presupuesto de la resistencia unida contra un enemigo común: la ocupación nazi.

No se preocupa el autor por hacer evidente su postura política, ni se interesa por transparentar la premisa del filme, ambivalente por demás. Con este título Gavras parece querer fundar un comodín ideológico que distancie su cine del rótulo comunista. No quiere que le endilguen etiquetas incómodas. Y, en este sentido, su capacidad para construir un cine de acción tremendamente verosímil, donde los golpes suenan y “duelen”, es su mejor carta de triunfo para hacer saborear los momentos gloriosos de la apoteosis escénica.

Es el cine de los hombres duros, de pelo en pecho, sin miedo al éxito, pero tampoco al fracaso. Vengan la explosión, las balas, las bombas y los tanques. Valgan las peripecias más escandalosas y escalofriantes. Si en su momento Griffith no hubiera patentado el last minuet riscue, o rescate en el último minuto tan traído y llevado en el cine comercial, aquí estaba Costa Gavras listo para inventarlo.

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