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El nombre secreto de Clara (+TRAILER)

Por: Berta Carricarte

Clara es una persona que (se presume) padece autismo, “espectro” o conjunto de trastornos donde a cada quien le da por diferentes cosas, teniendo como elemento común ese particular modo en que el “paciente” establece (o no) comunicación con otros seres humanos.

En realidad, Clara es una sanadora, una gurú espontánea, usada y reutilizada por su madre como portavoz de la virgen María. Suele curar o aliviar las dolencias de los vecinos, a cambio de una pequeña remuneración que la familia cobra y malgasta en su nombre. María, su sobrina adolescente, la baña, la peina y la viste como si fuera una muñeca. De lo contrario quién sabe si Clara preferiría llevar sobre su cuerpo el olor de su entrañable Yuca, la yegua blanca que solo responde a su reclamo.

Pero Clara vive el agobio de no poder expresar su sexualidad libremente. Donde la sorprende el deseo, ahí se masturba; y detrás viene la madre escandalizada, prohibiendo, reprimiendo, culpabilizando. Todo se complica cuando aparece Santiago, encargado de manejar a Yuca, enamorar a María y avivar, con su amabilidad y carisma los instintos de la madura virgen. 

Clara sola (Nathalie Álvarez Mesén, 2021) es un drama costarricense, con guion de la directora y de María Camila Arias. La fotografía, responsabilidad de Sophie Winqvist, permanece atenta a la sublimación de un paisaje rural que llena por dentro y por fuera la sensibilidad esotérica de Clara. La edición a cargo de Mari-Hèléne Dozo, refuerza el orden narrativo de una película más preocupada por el ordenamiento clásico de los hechos, que por los malabares estilísticos.

El personaje protagónico está interpretado con puntual maestría por Wendy Chinchilla Araya, quien supo darle la dignidad que merecía y la cordura de la que en verdad goza Clara.  Quizás es un poco introvertida o un poco tímida, como resultado de una educación que persigue mutilar su sabiduría, y despreciar su vínculo visceral, casi sobrehumano, con la naturaleza.

Por supuesto, donde quiera que se hable de Clara sola, todos querrán apretar el botón del realismo mágico. ¿Qué magia señores, salvo la presunta resurrección del escarabajo y la yegua? Todo lo que Clara vive es genuina realidad. No hay horror ni misterio en ello. Sus deseos no provienen de su condición mental, sino del natural apremio de la libido a una edad en la que ya quizás concluyó el furor de la primera juventud, pero empieza a manifestarse el hervor hormonal de una cercana menopausia.

No hay nada místico en esta hermosa cinta, salvo la sutileza con la cual su directora nos introduce en la intimidad de Clara, para mostrar y desmontar varios mitos en torno a la sexualidad femenina, exponiendo sus fantasías y sus formas de autosatisfacción. El voyerismo y la masturbación no son atributos masculinos; aunque la cultura patriarcal haya hecho creer que es normal en el hombre y sucio en la mujer. El retrato fílmico de Clara es tan tierno a la vez que robusto, como para legitimar todas sus ansias, avideces y caprichos. Es fantástica cuando en su voz se recupera este bocadillo de niña pícara: “Vamos a besarnos, para practicar”, que Clara le suelta nada más y nada menos que a su propio sobrino.

Un motivo que la directora explota en esta, su ópera prima, es el rubor y la plasticidad sinestésica del tacto. Sentimos cuando Clara acaricia a Yuca, la baña, repasando con suavidad su pelambre húmedo mientras le platica. Así mismo nos estremecemos cuando toma en sus manos el escarabajo o lo hace andar por su cabellera suela. Tentamos la tibieza del agua cuando se sumerge en el río invitada por Santiago. Nos invade el chapoteo en el tórrido fangal cuando ella se echa por tierra arruinando la pulcritud de su vestido. Sentimos un ligero picor cuando se deja caer sobre el pasto, y con ella repasamos el polvo de las ventanas o el tul del vestido de la quinceañera, o las gotas de lluvia sobre el cristal del camión de Santiago.  Difícil escabullirse al olor de sus dedos cuando se toca o al ardor de su vagina preñada de chile.

También nos amarga el corsé que ha debido llevar por años apretando su torso. Ya no le sirve más, dice la médica e indica una operación para rectificar sus huesos. Pero la madre, doña Fresia, se niega. Nunca liberará a su hija del encorsetamiento físico y moral que le ha impuesto de por vida. Solo ella misma puede redimirse, guiada por su instinto y su pujanza espiritual. El final nos dirá sin tanto periplo, quién está loca y quien está cuerda en esta fábula maravillosa sobre la lucha por la libertad y el placer.

Qué diferente sería esta película si el género de sus protagonistas fuera inverso. Es decir, si Santiago fuera una muchacha que llega a trabajar en la casita rural y al sentir curiosidad por la personalidad de un hombre cuarentón, que padece cierto retraso mental, le ofreciera su amistad y su apoyo. Luego ese hombre enfocaría su apetito sexual en la joven e intentaría forzarla para concretar el coito. Parece un relato ya contado algunas veces. ¿Sería el varón recriminado por la madre con la misma intensidad con que se irrespeta el libre albedrío de Clara? Todavía pienso en ello.

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