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‛Beyond the Wall’. Para verte mejor, querido Ali.

Por: Berta Carricarte

De lo que había elegido ver en este 43 Festival de Cine, algunas cosas me perdí por contingencias de la vida. No obstante, ya puedo afirmar que, para mí, la película más atractiva fue Regla 34 (Júlia Murat), porque me planteó el reto de intentar discernir todos los asertos planteados por los personajes, y porque percibí una sinceridad provocativa en Simone, esa belle de jour, tan salvajemente real y auténtica. Quiero volver a verla. Por otro lado, lo más conmocionante fue el documental Landrián (Ernesto Daranas), que me llegó al alma, por lo que dice y por lo que calla; por lo que me deja especular mientras parece solo contar en agitado sumario, algo del convulsivo tránsito creativo de Nicolasito Guillén Landrián. Tengo que verlo otra vez.

Ahora bien, el mejor filme que vi, ese que me llevé a la almohada esa noche y con el que me levanté en el pensamiento al borde del primer café del día siguiente, fue Beyond the Wall (Vahid Jalilvand, 2022). Mientras resolvía mi rutina mañanera creí desenmarañar un poco aquella historia ubicada en el Irán actual. No quisiera volver a verla, por miedo a hallarle fisuras narrativas. Su defecto más evidente es la actuación de Diana Habibi, quien interpreta a Leila, una mujer sometida a una situación estresante que, en términos performáticos lo resuelve con llantén, gritería y ataques de epilepsia. Demasiados alaridos y lágrimas para mi gusto. En cambio, Ali (Navid Mohammadz) me impresionó desde el primer minuto. Y luego fue creciendo escena tras escena, de una manera espeluznante, asombrosa. ¿Dónde, señores, dónde se aprende a actuar así?

Ali está a punto de suicidarse, pero se enreda con las tuberías del baño y de pronto alguien toca con insistencia la puerta de su apartamento. El hombre se recupera y va a abrir. Es su casero junto a un investigador policial, quienes le informan que hay una fugitiva en el edificio y que debe denunciarla si la ve. El problema es que Ali, se ha quedado casi ciego, desde hace un tiempo.

Hasta aquí la sinopsis apunta hacia un desarrollo argumental bastante predecible. Sin embargo… Todo intento de hacer un mejor cine lleva a una rebelión de la forma que induce, a su vez, una expresión diferente del contenido. La película empieza con un primer plano de la mano que sostiene un cigarro humeante.  La imagen final también parte del detalle de la mano y poco a poco se inicia un movimiento (zoom) de retroceso con efecto de apertura del cuadro, como última constatación de que allí empieza y termina el universo terrenal del protagonista.

La narración fragmentada e iterativa cobra sentido en los últimos 20 minutos del filme. Entonces descubrimos que Vahid Jalilvand nos ha impuesto expectativas a través de un simulacro de omnisciencia. Ha manejado intertextos sutiles, y se ha movido entre diferentes instancias narrativas creando inesperadas paradojas de autorreferencialidad e introspección dramática. Ha introducido anacronías o desviaciones de la coherencia temporal y espacial del relato matriz. Nos dio las pistas y no pudimos asumirlas con prontitud, porque prevaleció en nuestra percepción el hábito de consumir un cine estándar, que se preocupa más por adornar la anécdota que por problematizar la mirada del narrador.

Sin embargo, es factible que pronto veamos un incremento de filmes en los que prevalece la subjetividad como resorte representacional. Se verá privilegiado el caos dadaísta, como en un documental de Landrián, antes que el lógico encadenamiento de sucesos reales, objetivamente producidos por el dispositivo cinematográfico. Es un efecto de la crisis existencial que enfrenta el individuo en un mundo de experiencias efímeras y poco confiables.

Mucho cine post Nueva Ola fue brechtiano por antonomasia. Sin embargo, nunca vimos las alucinaciones de Travis (Taxi Driver, Martin Scorsese), sino el resultado palpable de estas. Las salacidades y furores de Arthur Fleck (Joker, Todd Phillis) no nos sorprenden porque él mismo sabe que su mente patina. Pero ¿qué sabemos de Ali, más allá de que está ciego y se quiere suicidar? Nada. Ali intenta que no lo atropellen las circunstancias. Su alimento espiritual son las cartas que le envía aquella mujer que un día salvó, y cuyo recuerdo unge su fantasía para mantenerse protegido de miserias y amenazas. El carácter relativo de la verdad, y el imperio de la subjetividad como camino hacia la superación de la desgracia, son parte de una tesis de vida. Tesis que concierne tanto al mundo onírico propio de la experiencia psicológica del consumo del cine, como al universo especulativo e irracional del sujeto moderno.

Los grandes referentes contemporáneos del cine iraní, Asghar Farhadi, Majid Majidi, Hana Makhmalbaf, Abbas Kiarostami, Bahman Ghodabim, son responsables del tremendo prestigio que esa cinematografía ha adquirido a nivel internacional hace ya algunos años.  Sin contar los contratiempos, incomprensiones, censura y otras adversidades que acechan a los cineastas en un país de muy comprometida transparencia política.

Inmerso en ese contexto, Vahid Jalilvand tiene una interesante carrera profesional. Es también actor y director de numerosos documentales y episodios televisivos. Sus dos largometrajes anteriores, Miércoles 9 de mayo (2015) y Sin fecha, sin firma (2017) fueron premiados en el Festival de Cine de Venecia, y en otros certámenes internacionales. En sus tres películas ha sido director, guionista y editor. Entre otros valores, Beyond the Wall destaca por la amañada estructura argumental utilizada para no ceder al facilismo del relato simplón. Empero, con sinceridad, fue la actuación de Navid Mohammadz la que me ató a la butaca. Cualquier actor perfeccionista y sincero tendrá ataques de cordial envidia, sufrimientos inmitigables y pesadillas de plató con este Ali rotundo, sublime e insuperable.

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