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Alma en pena camino a la barbarie

Por: Berta Carricarte

Todavía no se me pasa el insulto. He leído en Internet un comentario muy superficial demeritando a Inishering. En casa le decimos Inishering, para abreviar, a la bestial película de Martin McDonagh, The Banshees of Inisherin (2022). Tenemos identificada, también en la tribu hogareña, una patología social a partir del trauma contenido en el filme: el síndrome del banshee. Al fin pudimos ponerle nombre a una serie de situaciones que hemos vivido a partir de personas que aparecen de pronto, sin avisar, sin llamar, sin un piadoso SMS, o un toque de advertencia en WhatsApp, nada. Y pegan una visita inmisericorde que no tiene para cuando acabar. Sin embargo, lo más escalofriante ha sido intentar saber cuándo, dónde y sobre todo para quién hemos sido un banshee, apañados por la piedad y la indulgencia de un resignado anfitrión.

Entiéndame que voy a engañarle con alevosía, al contarle la “verdadera” sinopsis de este filme. Y es la siguiente. En la isla de Inisherin vive un hombre de mediana edad, con su pony Jenny y su hermana Siobhán. Un día encuentra a su amada pony muerta, atragantada con algo que la pobre infeliz no pudo digerir.  No, no es así. Es la historia de un hombre que quería pasar a la posteridad como Mozart, a través de sus composiciones para violín; entonces hay un individuo que insiste en charlar con él, todos los días, de cosas triviales, sin comprender que la vida es demasiado corta para un artista, y que es un pecado robarles su tiempo a las almas creativas.

Uhm, no. Verá, es sobre la amargura que se apodera de un aldeano sencillo y humilde cuando su mejor amigo se niega a compartir con él y le da la espalda para siempre. Es también sobre la rebelión de una mujer que decide romper con la monotonía de su vida en una isla aburrida y enquistada en sus rémoras. Es sobre el policía pedófilo, el jovencito medio estúpido, la vieja parca, agorera y chismosa. En fin, es sobre una isla triste y pobre frente a la Irlanda que, en 1923, se desangra en una contienda fratricida. Y a lo que es ego, le llaman prestigio y memoria. Y a lo que es simple ignorancia, le llaman sandez.

La crueldad siempre está de moda

No faltó sadismo en las manos de McDonagh cuando escribió el guion. Dramaturgo y director de cine, a punto de cumplir 53 años, me lo imagino presumiendo con sus nominaciones al Oscar en la categoría de Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guion. Ocho nominaciones en total. Su estilo, que tanto en lo teatral como en lo cinematográfico viene marcado por el teatro de la crueldad, me recuerda cierta alienación presente en Un Chien Andalou y en Las Hurdes, tierra sin pan. Lo que en Buñuel fue sentido de la irracionalidad amasado con refinamiento, en McDonagh es intuición de la barbarie. Así, en 2017 llamó la atención de la crítica con su filme Three Billboards Outside Ebbin, Missouri; título que circuló en Hispanoamérica como Tres anuncios por un crimen. Allí mezcla misterio y comedia negra en torno al personaje de Mildred, una mujer de pelo en pecho, interpretada por una impulsiva Frances McDorman.

Ahora bien, en lo que respecta a The Banshees of Inisherin o Los espíritus de la isla, vale decir que es un filme sorprendente e impecable, desde todo punto de vista. Muy concentrado en la anécdota que le interesa relatar, no se pierde en atajos cronológicos, sino que avanza con rectitud sin descarrilarse en absoluto. El explosivo comienzo musical: Ponegnala E Todora, pieza folclórica búlgara, nos invade hasta el zumo de los huesos, mientras acompaña la presentación geográfica de aquel alucinante paraje y del personaje principal: Collin Farrell como Pádraic, tan salvajemente ajustado al doble código que maneja el filme (tragicomedia), que me di el gusto de repetirlo para vacilar su performance como Dios manda; y Brendan Gleeson (¡excelente!) como Colm Doherty, a quien el pueblo llama con cariño ColmSonnyLarry.

Respaldada por escenarios naturales de elocuente visualidad, la trama se desarrolla, reitero, en una muy excéntrica combinación de comedia negra y drama psicosocial, cuyo punto de partida es fácil de resumir:  La vida de los pobladores de la costa oeste de Irlanda adquiere cierta perversa animación cuando el viejo Colm Doherty, decide interrumpir abruptamente la amistad con Pádraic, su amigo de toda la vida. Pádraic no puede creérselo y hará hasta lo imposible por recuperar la estimación de Colm. Mientras Colm llegará hasta extremos absurdos, para impedir que Pádraic se interponga en su propósito de trascender la historia como compositor musical.

El tinte burlesco de la desgracia

No es una película cualquiera, es la fábula de la bellaquería humana. Y digo fábula porque, los animales del lugar, las vacas, el pony, el caballo, el perro, y demás, contemplan entre absortos y perplejos, sarcásticos e indiferentes, la inagotable estupidez de aquellos que blasonan cualquier pretexto para machacarse la vida, en nombre del más abrumador de los antojos.

Hay situaciones hilarantes, graciosas, simpáticas, pero una tormenta se aproxima y habrá de devorar hasta la última cuota de cordura posible, sin importar a cuál etiqueta moral correspondan los implicados.  El clima se va agrietando, y van apareciendo fisuras vergonzosas, nacidas tanto de la falta de empatía como de la ignorancia. Un grueso espejo virtual se levanta frente a las deslumbrantes y ríspidas costas de Inishering, hasta donde llega el sonido de la artillería, al fragor del combate. Corre el mes de abril de 1923. Momento en el que se libran las últimas contiendas de lo que se conoce como Guerra civil irlandesa.

Colm y Pádraic eran, más que amigos, pareja no sólo en términos metafóricos sino en términos psico-emocionales.  Se acompañaban mutuamente y se atenuaban la soledad imperante en aquel insólito recodo. Funcionaban como un matrimonio de toda la vida, que solo la muerte vendría a separar. Hay más de una alusión homoeróticas en todo el filme. Es un tema latente que no responde a una perspectiva inclusiva o un farolazo queer. Hay en la mirada de McDonagh un reconocimiento del amor, la amistad y la fraternidad que imanta más allá de la fatuidad hormonal.  

La máscara del ego vuelve a azotar

Desde otra perspectiva se puede interpretar que Colm no quiere seguir componiendo música ni tocando el violín. Está harto. Y reacciona contra sí mismo en un falso reclamo de trascendencia. Sabiendo que es un mediocre y que nada puede ya salvarlo de esa condición, se inventa un pretexto para dejar de hacer lo único que le da sentido a su vida. Queda ante los ojos de sus paisanos como una víctima, y al designar un culpable de su automutilación y su desgracia, no duda en cortarse aquellas partes del cuerpo que no le han permitido crear la música que lo inmortalice. Tanto egoísmo hay en él y tal es su desprecio por el otro.

La negativa del viejo a continuar tolerando la compañía de Pádraic es la más típica de las rupturas de pareja. La incomprensión y renuencia de Pádraic es la más típicas de las reacciones ante esta clase de rupturas. Lo que resulta bochornoso es la incapacidad de ambos para aceptar y gestionar posibles alternativas de conciliación. Esa penuria irracional describe el quit pro quo de la violencia cotidiana, a veces achacada a la falta de tolerancia. Alguien dijo que el ego es el que quiere ver al otro no solo distinto sino a la vez distante. Vista con la lupa histórica -esgrimida con romanticismo por D.W. Griffith- la intolerancia es también un poco el devenir civilizatorio del homo sapiens.

La película no dice cómo salir de ahí. Pero da una pista mediante el personaje de Siobhán, la hermana de Pádraic, interpretada con justipreciada temperancia por Kerry Condon, quien compite por un Óscar como Mejor Actriz de Reparto. Me encanta el delineado psicológico de su personaje, y el destino que el director escribió para ella. Me alegro de poder reconciliarme con McDonagh después de mi antipatía por Three Billboards Outside Ebbin, Missouri. Aunque sigo pensando lo mismo de su insoportable protagonista, genio y figura de la McDorman. ¡Qué suerte que no vamos a la misma peluquería!

Más de esta autora: ‛Beyond the Wall’. Para verte mejor, querido Ali.

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