La Muestra Joven ICAIC vuelve a la carga
Por: Berta Carricarte Melgarez
Es 2 de abril, pasadas las 8:30 de la noche. Lobby del cine Chaplin. Realidad virtual, explosión de colores, luces centelleantes, extrañamiento sonoro que coquetea con la música y el ruido; más palpitaciones lumínicas, torsiones y contorsiones de la luz, mareo, más ruido, flickers, gafas edulcorantes, ¿A qué hora empieza esto? ¡Ya empezó! Es la 18 Muestra Joven ICAIC: Del corte a la acción.
Descartemos la extensa presentación audiovisual, que pretendía informar de las actividades contempladas en esta nueva convocatoria del evento. Demasiado larga, intrincada, latosa bordeando lo extravagante. Luego, Diario (2009), una obra de Juan Carlos Alom inspirada en el Diario de José Martí, quizás no era la pieza apropiada para armonizar con lo que vendría después: el dibujo animado de Ivette Ávila La huida (2018), del cual hace una excelente disección en el Bisiesto 2, el colega Dean Luis Reyes. Y finalmente el plato fuerte de la noche, el cortometraje de ficción Fin (2018), del enfant terrible Yimit Ramírez.
Me encanta la obra de Yimit, no solo porque es muy audaz en sus proposiciones, muy cuidadoso en establecer una perfecta armonía entre lo que cuenta y la forma de contar, muy soliviantador de convencionalismos, muy antropólogo cámara en mano, un terrorista de la imagen y la historia; sino porque, además, todo eso lo sabe hacer muy bien. De ello dan fe cortos como Koala, una travesura fílmica de puro desenfado discursivo, o Mirame mirón, historia sobre un rascabuchador, contada por sus potenciales víctimas, raro documental que provoca un efecto paradójico sobre cierto público masculino, que rechaza, repudia, pero sobre todo se niega a compartir la experiencia asociada a la escoptofilia, que habitualmente suscita el dispositivo cinematográfico. No menos interesantes resulta Mataperros, crónica personal de lo que el periodo especial fue, desde la remembranza de la niñez; así como Gloria eterna (2018), una fantasía kafkiana u orwelliana sobre los mandatos onerosos y desatinados del poder omnímodo.
Regresa Yimit a la Muestra, con un ejercicio sobre la capacidad de cobertura dramática del plano secuencia, ese recurso tecnológico que permite a la cámara seguir el desplazamiento de un personaje durante un conjunto de acciones, visualmente encadenadas, que pueden implicar, como en este caso, el tránsito por diversas locaciones, sin que se produzca discontinuidad en la toma, o sea, sin corte. La historia es muy sencilla; una señora del averno recoloca los huesos del finado Juan, y le concede el regreso a la vida por unos minutos. Lo que Juan será capaz de hacer en ese breve tiempo queda expresado en un sencillo algoritmo que lo llevará al origen presumido de toda forma de vida.
Un ensayo similar que aprovecha las potencialidades expresivas del plano secuencia en función de la narración es Los amantes (Alán González, 2018). El corto muestra un instante de la vida de una pareja avocada a una circunstancia límite. No sabemos qué pasó antes ni qué pasará después de esos ocho minutos en pantalla. Tanto en el caso de Los amantes, como en el de Fin, las situaciones dramáticas se presentan in media res, es decir, cuando ya han dejado atrás todo preámbulo y se aproximan al clímax. Cada una, en su propio estilo y en consonancia con las particularidades de los espacios escogidos y la naturaleza del relato, coloca al protagonista en situación neurálgica, explosiva, haciendo que prevalezca la intriga por sobre su resolución formal. Ambas obras concursan en el apartado de ficción. Junto a ellas podrán verse títulos como Flying Pigeon (Daniel Santoyo, 2018) y Cositas malas (Víctor Alfonso, 2018), películas que despliegan otros resortes comunicativos, y donde predominan diversas estrategias que convocan a la reflexión, desde su cáustico mirar a la realidad cotidiana.
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